Prologo
p. 17-21
Texte intégral
1El libro que ahora prologo fue en su momento la tesis doctoral de Julien Sempéré, centrada en el estudio del consulado francés en Barcelona entre 1679 y 1716, que el autor inscribe en el marco del proyecto europeo Mediterranean Reconfiguration: Intercultural Trade, Comercial Ligitation and Legal Pluralism, 15th-19th Centuries, liderado por Wolfgang Kaiser, codirector principal de la tresis. Sempéré se ocupa en concreto de los consulados desempeñados por Laurent Soleil (1679-1705), Jean Philippe Monclus (1705-1709) y Simon Dupin (1709-1716). Sin ningún género de dudas constituye una importante aportación a la historia de las relaciones hispano-francesas.
2El fin de la guerra de los Treinta Años (1618-1648) y de la intervención francesa en Cataluña, en apoyo de los sublevados catalanes en la Guerra dels Segadors, se saldó con la incorporación a Francia del Rosellón y parte de la Cerdaña, que hasta entonces eran parte integrante de Cataluña. La amputación territorial fue sancionada mediante la Paz de los Pirineos (1659), muy favorable a los intereses políticos, territoriales y económicos franceses.
3En ese período se materializó en Francia la transformación de la institución del consulado, que pasó de estar al servicio del comercio de las grandes ciudades italianas, españolas y francesas (en este caso interesan especialmente en Marsella y Barcelona) a ser una institución al servicio de la monarquía. La citada transformación fue posible gracias a la ordenanza sobre la Marina de Jean-Baptiste Colbert de 1681, que incrementó la presencia consular francesa en numerosos puertos del Mediterráneo occidental.
4 En el citado contexto se fortaleció, a la vez que se extendía por el litoral español, la red consular francesa que, incluyendo cónsules y vicecónsules. A lo largo de la fachada mediterránea (Barcelona, Valencia, Denia, Alicante, Málaga y otras localidades) y de la atlántica (Bilbao, Gijón, La Coruña y otros puertos), confluyeron en Cádiz. En principio, y según la ordenanza de 1681, los cónsules no deberían intervenir en la actividad mercantil. Sin embargo, Laurent Soleil intervino abiertamente en todo tipo de negocios durante todo el período en el que ejerció el cargo de cónsul.
5Por parte francesa hay que destacar al frente de la secretaría de Marina a Jean-Baptiste Colbert (1669-1683), su hijo, el Marqués de Seignelay (1683-1690), Louis de Pontchartrain (1690-1699) y Jérôme de Pontchartrain (1699-1715). Además, a partir de 1701, los franceses contaron con un agente genral de la marina y del comercio francés en Madrid. En la España de Carlos II, que atravesó enormes dificultades, se sucedieron entre su llegada al trono y, tras su fallecimiento, el final de la Guerra de Sucesión, 16 Virreyes en Cataluña, tres de los cuales gobernaron en nombre del Archiduque Carlos III, pretendiente al trono español y en pugna con Felipe V. Entre ambas partes se produjo un duro y continuo enfrentamiento en el que la parte francesa intentó en todo momento aumentar los privilegios concedidos a los cónsules y comerciantes franceses, mientras que la española intentó frenarlos en todo momento.
6En el ámbito del comercio lo más destacable es resaltar que buena parte de la actividad mercantil francesa, consistió en la introducción en España en general, y en Cataluña en particular, de manufacturas, que generalmente se efectuó mediante la modalidad del contrabando. Contando con la colaboración de las autoridades de buena parte de los puertos del litoral catalán (Rosas, Cadaqués, Palamós, Sant Feliu de Guíxols, Mataró, Tortosa y Salou), se aseguraban la masiva introducción de mercancías francesas que eludían los impuestos establecidos y hacían ventajosamente competencia a la incipiente manufactura del Principado, como bien señaló en su momento el maestro Pierre Vilar. Sin embargo, las autoridades propias de Cataluña, con sede en la ciudad de Barcelona, consideraron como un atentado a sus atribuciones y a la economía catalana en general, la actividad contrabandista de los franceses. De ahí que uno de los motivos recurrentes de enfrentamiento fuera el de la visita a las embarcaciones francesas, a la que se opusieron radicalmente los sucesivos cónsules franceses en España. En ese enfrentamiento, el Virrey de Cataluña se veía obligado a efectuar equilibrio entre los privilegios concedidos a los franceses por la monarquía española y la defensa de las prerrogativas de la Generalitat de Cataluña. Aunque finalmente, fuera percibido como un agente que favoreció más a los cónsules y comerciantes galos, en detrimento de los intereses catalanes.
7 En 1678 se firmó la paz de Nimega, que puso fin a la llamada Guerra de Holanda, que también puso fin a las hostilidades franco-españolas habidas entre 1672 y 1678, que también se desarrollaron en la frontera común (los franceses ocuparon efímeramente Puigcerdà). En 1688 se inició la Guerra de la Liga de Augsburgo, o de los Nueve Años, que enfrentó a Francia contra una serie de aliados, entre los cuales España. En 1697 las tropas francesas ocuparon Barcelona. Ese mismo año se firmó la paz de Riswyck que puso fin a las hostilidades y a la ocupación de la ciudad catalana. La todavía reciente pérdida del Rosellón y parte de la Cerdaña, mas los enfrentamientos fronterizos en la frontera pirenaica favorecieron un clima de hostilidad hacia la vecina Francia. En ese contexto sobrevino la muerte de Carlos II, que dio paso a la Guerra de Sucesión que, entre 1705 y 1714, enfrentó a los partidarios del Archiduque Carlos y de Felipe V.
8Llegados a este punto es tentador concluir que la decantación por el pretendiente austriaco, Archiduque Carlos, de buena parte de la sociedad catalana, con la Generalitat de Catalunya y el Consell de Cent barcelonés al frente, debería entenderse como una respuesta a la agresiva política expansiva de Louis XIV, algunos de cuyos episodios más conflictivos fueron la conquista de Puigcerdà en los años setenta y la de Barcelona en 1697. Por su parte, la continua introducción de manufacturas francesas, en su mayor parte en la modalidad de contrabando, provocó la hostilidad de aquellos que protagonizaron en la segunda mitad del siglo XVII, la recuperación económica en el sector manufacturero catalán. En especial en el ámbito manufacturero, como magistralmente expuso en su día el maestro Pierre Vilar. Es evidente, que las manufacturas francesas competían con las catalanas tanto por el mercado español peninsular, como por el mantenido con las colonias americanas.
9Pero J. Sempéré, que evita acertadamente los juicios sumarios, nos advierte al inicio de su trabajo que Laurent Soleil, consiguió en 1706 una licencia del gobernador que el archiduque colocó en Barcelona para que pudiera continuar negociando entre Barcelona y Lyon. Igualmente señala que las guerras franco-hispanas nunca interrumpió el comercio entre ambas partes, al tiempo que muestra que no todas las actividades mercantiles llevadas a cabo por los franceses en Cataluña generaron una acusada hostilidad. Los patrones galos evitaban Barcelona, prefiriendo aquellos otros puertos catalanes en los que los impuestos a pagar eran menores, e incluso, no era complicado el librarse de pagarlos. Además, determinadas actividades mercantiles, como la introducción en Cataluña de trigo mediterráneo o la de las drogas y especias levantinas, no parece que hubieran despertado el descontento entre los comerciantes catalanes. Por último, en aquellas localidades y territorios catalanes en los que el dominio estuvo en manos de las autoridades borbónicas, el comercio francés no parece que hubiera tenido que hacer frente a grandes dificultades.
10Igualmente, hay que destacar que Sempéré señala como el propio Soleil, intentó potenciar el envío de la lana española a Túnez, prescindiendo de la intermediación de Marsella y otros puertos franceses. En la misma línea, destaca como las guerras entre hispanos y galos, y la posterior entre partidarios de los Borbones y de los Austrias no supuso una paralización total del comercio entre las partes enfrentadas.
11Con la llegada al trono de Felipe V, se puede considerar como consolidada la institución consular francesa en los puertos españoles, al tiempo que se consolidaron sus prerrogativas. En concreto, entre 1701 y 1704, los privilegios concedidos por los galos alcanzaron su nivel máximo. Sin embargo, pronto se hizo evidente que lo anterior provocaba un creciente descontento en el sector mercantil hispano. De ahí que los Decretos de Nueva Planta (1707-1716), que se tradujeron una nueva organización política de los dominios de la Corona de Aragón, comenzaran a anular paulatinamente los privilegios de cónsules y comerciantes galos. Aunque en realidad, el instrumento más eficaz en este cometido fue la legislación y la práctica sanitaria (en especial las cuarentenas) puestas en marcha a raíz de la epidemia de peste de Marsella de 1720, por lo que queda fuera del marco cronológico de la investigación de Julien Sempéré.
12Sin duda alguna, el personaje más importante de los tres cónsules estudiados por J. Sempéré fue el ya citado Soleil, quien ejerció tanto como funcionario real de la monarquía francesa (como atestigua la documentación conservada en los archivos públicos franceses), como comerciante particular (como lo demuestran los documentos utilizados de los archivos municipal y notarial de Barcelona). Es importante destacar que Soleil fue un elemento clave en la política francesa de introducirse económicamente en los circuitos comerciales españoles gracias al comercio de contrabando, y, desde Cádiz, en el de América gracias al comercio intérlope. En concreto, Sempéré hace hincapié en la batalla librada por el cónsul francés en impedir que las autoridades españolas, y en especial las catalanas, hicieran efectivo el derecho de visita de los funcionarios locales a las embarcaciones francesas llegadas a los puertos hispanos.
13Para concluir hay que destacar una vez más que el libro de Julien Sempéré constituye una magnífica aportación al estudio de las relaciones hispano-francesas, así como a la propia historia de Cataluña. Evitando caer en interpretaciones maniqueas ha situado a los protagonistas de su investigación en el contexto histórico en el que les tocó vivir, señalando que se guiaron, con una buena dosis de pragmatismo, con el objetivo de proteger los intereses de sus connacionales, al mismo tiempo que procuraron asegurar los suyos propios, lo que les obligaba a tener en cuenta sus vínculos con la localidad de Barcelona. Sempéré así lo afirma: “dans un contexte institutionnel mouvant et belliqueux, le consul, ce marchand, saisit des opportunités... Marchand et consul, il est implanté localement, mais doit relayer une politique royale aux visées globales, qui vont de la Méditerranée aux mers du Sud, comme défendre les intérêts marchands entre plusieurs ports et royaumes”.
Auteur
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Eloy Martín Corrales
Profesor Titular de Universidad Departament d’Humanitats Institut Universitari d’Història Jaume Vicens Vives Universidad Pompeu Fabra (Barcelona)
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