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La independencia del Perú y el fantasma de la revolución

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Gustavo Montoya

I. Narrativas históricas en conflicto

Texte intégral

1PARA BIEN O PARA MAL, el tema de la independencia continuará obsesionando por un tiempo indeterminado a todos los peruanos. Y está bien que así sea. Quizá porque es una coyuntura histórica a la que se suele remitir el origen de un conjunto de símbolos y rituales sobre los cuales se ha sostenido —y se sostiene— el Perú republicano, el Estado, las ideas de “nación” y los “nacionalismos”, el problema de la gobernabilidad, el patriotismo, las demarcaciones territoriales, las fronteras, las posibilidades de la democracia y la persistencia del autoritarismo. No hay que olvidar que el 28 de julio es la efeméride por excelencia y que sirve para legitimar el sistema político contemporáneo. Entonces, también se trata del síntoma de un malestar que afecta a todos los peruanos, más que un asunto estrictamente historiográfico.

2Pero además, la independencia, al igual que la conquista española y la guerra con Chile, forma parte de un triángulo de discursos históricos que han terminado por afianzar una suerte de frustración colectiva, de ocasiones perdidas y de agravios nacionales. Entonces resulta comprensible por qué, para muchos historiadores, el tema de la independencia ha terminado por convertirse en un tema controvertido, una piedra en el zapato.

  • 1 Son abundantes las “Memorias” publicadas. Sólo por citar algunas de ellas tenemos las de Rufino Ec (...)

3Esta preocupación por la independencia se remonta a los años inmediatamente posteriores a 1821; podría señalarse que en este período se produce una suerte de “sociología de la independencia”. En efecto, quienes inauguran estas narrativas históricas son los mismos actores, la mayoría de ellos militares y políticos que se preocuparon por registrar los hechos desde sus particulares puntos de vista. Son las famosas “Memorias”1. La principal característica de este primer discurso es que, sus autores apelan precisamente a sus recuerdos para organizar los hechos; subyace también un afán autorreivindicativo. Ésta es una narrativa justificatoria en la medida que sus gestores privilegian en sus relatos la participación que les tocó desempeñar; así, tenemos diversas imágenes con respecto a un mismo acontecimiento. Se puede señalar que este discurso historiográfico privilegia el papel del individuo en la historia, las personalidades terminan por opacar la participación de los actores colectivos y de las clases sociales; los grandes ausentes son la multitud rebelde y fragmentada. En esta narrativa histórica, aparecen superpuestas y combinadas cuestiones relativas al aspecto militar, político, ideológico y social de la independencia. Sin embargo, ninguno de ellos puso en discusión el carácter revolucionario de la independencia; más aún, conscientes de que asistían a la inauguración de un nuevo orden histórico, se imaginaron a sí mismos como portadores de una modernidad política que admitía formas de organización social y política realmente avanzadas para su época: la república popular democrática.

4Estas primeras imágenes de la independencia están pues impregnadas de un fuerte aliento romántico e idealista. El horizonte utópico que destilan estos relatos hay que buscarlos en el descomunal desafío que su tiempo y ellos mismos se impusieron. Liquidado el régimen colonial, no sólo había que reformular nuevos principios de ordenamiento social y administrativo, sino sobre todo proporcionar instituciones, símbolos y emblemas lo suficientemente sólidos y que permitan contrarrestrar las fuertes tendencias de la fragmentación territorial, la anarquía, y el tremendo vacío de poder generados a raíz del aflojamiento de los resortes y mecanismos del dominio colonial.

5Se trata pues de una visión revolucionaria, romántica y heroica de nuestra primera historia republicana. Y no dejaban de tener razón, pues al tiempo que escribían sus recuerdos, también eran testigos de las violentas guerras civiles entre los “caudillos”; período conocido por los historiadores como el primer “militarismo” peruano. Es importante destacar la influencia que ejerció entre estos autores, la lenta y dificultosa construcción del Estado y el desorden político de la época. De ahí se derivan las imágenes fragmentadas y el relato de acontecimientos aislados.

  • 2 Para este debate véase Heraclio Bonilla y Karen Spalding (comp), La independencia en el Perú.

6Desde esta perspectiva, evidentemente la imagen de la independencia es diferente, por ejemplo a la diseñada ciento cincuenta años después por una corriente historiográfica de filiación marxista y que acentuaba el carácter fenoménico de la separación política del Perú con respecto de la monarquía española. Según esta narrativa histórica, la independencia fue el resultado de dos expediciones libertadoras: la de José de San Martín y la de Simón Bolívar; de aquí se deriva el “silencio” de las clases populares, acentuando el carácter puramente político de la emancipación y en donde además los “factores externos” adquieren un sentido determinista2.

  • 3 Puede consultarse el libro de José Agustín de la Puente Candamo, Notas sobre la causa de la indepe (...)

7También se puede advertir la influencia que ejerciera José Carlos Mariátegui sobre esta generación de historiadores, que durante la década de 1970 y a raíz de las celebraciones por el Sesquicentenario de la Independencia, protagonizaron una fuerte polémica con su extremo ideológico, que agrupado en la Academia de Historia, más bien acentuaban la voluntad separatista de toda la población peruana con motivo de las guerras independentistas.3 Esta última escuela historiográfica, fue la que paradójicamente produjo la Colección Documental de la Independencia del Perú, el más importante conjunto de fuentes primarias sobre la independencia; el resultado fue la publicación de más de ochenta volúmenes con información valiosa referida a los ideólogos, la revolución de Túpac Amaru, los asuntos militares, las conspiraciones, el protectorado, relaciones de viajeros, el primer Congreso Constituyente, el período bolivariano, las cortes de Cádiz, la expedición libertadora, la prensa doctrinal de la época, etc.

  • 4 Esta generación conformó el célebre “Conversatorio Universitario” y aunque su preocupación fue ace (...)

8Existe aún una tercera gran narrativa, organizada durante las primeras décadas del siglo xx y teniendo como telón de fondo el año 1921, centenario de la independencia. Los miembros de esta generación de historiadores (Raúl Porras Barrenechea, Jorge Basadre, Carlos Wiesse, Jorge Guillermo Leguía, Luis Alberto Sánchez) se apoyaron preferencialmente en los relatos de la primera narrativa. Es decir, privilegiaron las “memorias”como fuentes documentales para sus discursos. El resultado de las narrativas elaboradas por estos historiadores será un conjunto de biografías que terminarían de instalar en la memoria histórica del país a los “precursores” e “ideólogos” de la independencia. Es decir, pusieron énfasis en la elaboración y sistematización de los ideales republicanos que supuestamente antecedieron a los orígenes del Estado peruano.4

9El contexto político e ideológico al interior del cual emergieron estas nuevas imágenes, está marcado por el ocaso del civilismo y los intentos de modernización del régimen leguiísta. De esta manera el Estado aparece como la encarnación de la ideología republicana y como la entidad política que construye y articula a la nación; no se debe olvidar que nación y Estado no son sinónimos, por el contrario, se puede dar el caso que el Estado sea posterior a la nación y viceversa.

  • 5 Mariano Felipe Paz Soldán, Historia del Perú independiente. Período 1819-1822. Francisco Javier Ma (...)

10Aquí entramos a ese terreno tan incómodo para los historiadores como es el de trazar fronteras entre historia e ideología, aunque lo más correcto sería reconocer que, efectivamente, la historia es quizás el oficio intelectual que contiene mayor peso ideológico. De modo que tenemos una suerte de combate: “historia contra historia”.5

11Por supuesto que nada de esto es nuevo, en otras sociedades, en otras épocas se observa el mismo fenómeno; y si lo hacemos visible es porque sólo a partir del reconocimiento de este elemental principio de la reflexión histórica, es que podremos entender que la historia —como narración o gesta colectiva— no garantiza nada a nadie, que la historia es un campo de batalla al que concurren hombres y mujeres con intereses en conflicto y, que por eso mismo, cada época, cada grupo social construye imágenes diferentes sobre su pasado. Aquí habría que añadir lo siguiente: si bien es cierto que cada época elabora imágenes distintas sobre un mismo acontecimiento, no es menos cierto también que al interior de un mismo tiempo histórico conviven narrativas históricas muchas veces totalmente contradictorias.

12Con respecto de la independencia, por ejemplo, en la actualidad hay una interesante variedad de interpretaciones, y en donde cada una de ellas aporta significativos elementos y hallazgos que pueden permitirnos tener una idea más acabada sobre este período. Es lo que se denomina un proceso acumulativo de conocimientos, de análisis y síntesis; pero aquí no se trata de llegar a una verdad absoluta y definitiva, sino más bien precisar el sentido de la interpretación, su finalidad específica; o en otras palabras, la utilidad contemporánea que queramos asignarle.

13Hemos estado utilizando indistintamente conceptos como “narrativa histórica”, “discurso historiográfíco”, “imágenes históricas” y “tradiciones históricas”; en realidad se trata de poner en evidencia las diferentes maneras de elaborar y reconstruir intelectualmente el pasado. Más aún, interesa distinguir entre los diferentes mecanismos e instrumentos existentes y cómo por intermedio de ellos se va organizando la conciencia histórica de una colectividad. Aquí sólo me limitaré a presentar tres ejemplos, sin que ello signifique que no existan otros.

14En primer término tenemos lo que podríamos denominar la “historia oficial”, aquella que es transmitida por el Estado a través de un calendario cívico, el contenido de las curricula en la asignaturas de historia en los colegios, la numismática, los monumentos, el nombre de las calles, parques, plazas y avenidas. Luego tenemos “la historia académica” que es el trabajo profesional de los historiadores como resultado de investigaciones que se ciñen a normas más o menos consensuales. A diferencia de la “historia oficial” que está dirigida a un público mucho más amplio, la historia académica tiene un espacio de circulación mucho más restringido. Y finalmente, la “historia popular” que está más cercana al folklore y cuya elaboración se realiza de modo colectivo por las diferentes clases sociales.

15Ahora bien, las fronteras entre estos relatos históricos son difíciles de precisar, lo que más bien se produce son préstamos mutuos, combinaciones, silencios y apologías. Y si hablamos de eficacias, de utilidades inmediatas, obviamente que los monumentos, el calendario cívico y la numismáticas son mucho más eficaces que por ejemplo una investigación erudita realizada por un historiador y que a veces difícilmente llega a las grandes mayorías.

16En la última década se ha publicado un conjunto de investigaciones en la que ya se está reformulando no sólo el aspecto interpretativo del proceso emancipatorio, sino también esclareciendo aspectos ignorados sobre dicho proceso. Este renovado interés por conocer los orígenes del Estado peruano, también puede ser entendido como el resultado de una exigencia generacional —no sólo de los historiadores— que demanda explicaciones “históricas” para comprender la crisis de gobernabilidad por la que atravesamos. Y es esta perspectiva política la que se refleja en los contenidos de los nuevos libros.

17En efecto, hasta hace unas décadas, el descrédito de la historia política y el predominio de la historia económica, lograron ejercer cierto desdén por los análisis histórico-políticos, olvidándose el elemental principio de que la independencia fue un acontecimiento político, y por lo cual el análisis de la economía resultaba insuficiente. No se trata de contraponer o separar la perspectiva económica de la teoría política. Se trata más bien de reconocer, que efectivamente, es en el ámbito de la política en donde se pueden encontrar las lógicas interpretativas de un proceso político, militar y social relativamente breve.

MONTONERAS Y GUERRILLAS INDÍGENAS

  • 6 Raúl Rivera Serna, Los guerrilleros del centro en la emancipación peruana. Otro autor que extrema (...)
  • 7 Ella Dunbar Temple, La acción patriótica del pueblo en la emancipación. Guerrillas y montoneras. C (...)
  • 8 Gustavo Vergara Arias, Montoneros y guerrilleros en la etapa de la emancipación del Perú (1820-182 (...)

18Los estudios relativos a la participación de las montoneras y guerrillas indígenas durante la independencia son un terreno abierto para el debate historiográfico. Estas investigaciones fueron inauguradas por el clásico libro de Raúl Rivera Serna, que puso el acento en torno a los ideales “patrióticos” presentes entre los sectores populares rurales y en oposición al fidelismo criollo limeño.6 Luego tenemos la decisiva y meritoria publicación por parte de Ella Dumbar Temple de la do cumentación básica sobre las guerrillas realizada con motivo del Sesquicentenario.7 Otro trabajo que resume esta primera interpretación sobre las guerrillas y montoneras, es del historiador Gustavo Vergara, quien no sólo ofrece una casuística de las movilizaciones indígenas campesinas, sino que establece una diferenciación regional de las mismas y el impacto de cada una de ellas en el proceso general de la guerra.8

  • 9 Henri Favre, Bolívar y los indios. En Histórica N.° X, 1.

19Posteriormente fueron apareciendo un conjunto de estudios entre los que destaca el de Henri Favre. Para este investigador, lo sustantivo en el análisis sobre las movilizaciones indígenas es el hecho de que estas actuaron bajo la influencia de la conciencia social dominante impuesta a los sectores indígenas a largo de todo el período colonial.9 Alberto Flores-Galindo también publicó un trabajo vinculado a este tema. Su preocupación fue hacer visible la existencia de un conjunto de alegorías, recuerdos y símbolos vinculados a lo que el autor denominó la “utopía andina” presentes entre las motivaciones políticas de las guerrillas y montoneras de la sierra central.

  • 10 Alberto Flores-Galindo, Buscando un Inca.

20Según Flores-Galindo, la independencia significó para las poblaciones del valle del Mantaro: “apropiación de ganado, destrucción de haciendas, asaltos a las poblaciones fueron espectáculos frecuentes durante esos años. Práctica habitual de uno y otro bando”. Por otro lado, tanto patriotas como realistas trataron de: “incorporar a la población a favor de uno u otro”, de tal manera que la independencia en la sierra central: “asume rasgos de guerra civil”. En relación a la influencia de la imagen del Inca, el autor sostiene: “En Jauja, en 1822, guerrilleros y montoneros proclamaban combatir a nombre de su padre el Inca”. Sin embargo, este recuerdo adquiere otros matices para la elite criolla, para quienes: “El inca es una figura retórica”.10

21El historiador John Lynch también publicó un breve estudio sobre Los montoneros del Perú central. Lo interesante es que sitúa sus indagaciones al interior del movimiento revolucionario continental, el cual significó dos procesos diferentes: “el constitucionalismo de los políticos y el poder personalizado de los caudillos”; que a su vez generaron dos aparatos militares distintos: “las fuerzas regulares y las guerrillas locales. En parte eran aliados y en parte eran rivales”. Pero estas guerras también fueron una disputa por el control del poder. De manera muy precisa señala que los ejércitos revolucionarios: “no eran milicias profesionales, sino sistemas de obediencia de carácter informal en los cuales diferentes jefes militares mantenían cohesionados una serie de grupos de intereses”.

22Pero, ¿qué intereses representaban la acción de los montoneros de la sierra central? En este punto, Lynch sostiene el carácter heterogéneo tanto de los líderes, como de las tropas, de tal manera que representaban los intereses comunales, el beneficio personal y en otros casos se prestaban para un “ajuste de cuentas” en contra de los españoles. Estas tropas estuvieron lideradas por criollos, mestizos e indios; estos últimos: “no mostraban demasiado afecto por los blancos, cualquiera que fuese su tendencia política”. Y sobre su estrategia militar, señala que: “mantenían una irregular guerra de atacaban y desaparecían, asaltaban a los realistas en sus rutas y mantenían el ejército español siempre alerta”.

  • 11 John Lynch, Caudillos en Spanish América, 1800-1850.

23Pero muchas comunidades indígenas, antepusieron sus intereses agrícolas negándose a intervenir en el conflicto: “se negaron a apoyar la causa independentista, que a su parecer resultaba más beneficiosa para los extranjeros y para la elite que para ellos mismos”.11 Líderes guerrilleros como Francisco Vidal, Ignacio Quispe Ninavilva, Gaspar Huavique, Francisco Herrera o el argentino Isidoro Villar, expresan puntos de vista políticos diferentes.

  • 12 Heraclio Bonilla, “Bolívar y las guerrillas indígenas en el Perú”. En Metáfora y realidad de la in (...)

24El trabajo de Heraclio Bonilla propone que la presencia de Bolívar en el Perú modificó radicalmente el curso de la guerra y del propio proceso político. Sugiere que Bolívar tuvo que hacer frente por lo menos a tres problemas: “la anarquía de la clase política peruana [...] las tensiones nacidas de un peculiar nacionalismo” presentes ya entre los estados recientemente constituidos (Colombia, Perú, Chile y Argentina). Y finalmente la, “indecisión de segmentos importantes de la sociedad colonial peruana por optar abiertamente por la ruptura frente a España”.12

  • 13 Ibídem, p. 134.

25Cuando establece los grupos y las facciones que formaban parte de la clase política peruana, el autor sigue a Bolívar, quien señala: “El Perú, está dividido en tres partidos, primero patriotas anticolombianos; segundo, godos españoles, y tercero, godos de Torre Tagle y Riva Agüero. El resto de la masa inerme del pueblo no tiene sentimiento alguno. De suerte que aquí no hay más que dos cosas positivas: el ejército de Colombia por la patria, y todo lo demás contra ella: todo lo demás es insignificante, nulo, nada en fin”.13

  • 14 Juan Pedro Paz Soldán, Carlas históricas.

26La gravedad y crudeza de Bolívar para identificar a los actores políticos de aquella coyuntura, merece algunos comentarios. La complejidad del proceso político que acompañó a la independencia del Perú y la sorprendente fragmentación ideológica, radica precisamente en el hecho de que aquí confluyeron diferentes proyectos de gobernabilidad cuyos orígenes se remontan —por lo menos— a la crisis política de 1808 acaecida en España. El mismo Hipólito Unanue expresaría en los siguientes términos aquel escenario: “la historia de la revolución del Perú va a ofrecer a la posteridad sucesos raros y contrarios a los naturales sentimientos del corazón humano”.14

27Pero la anarquía social, la fragmentación ideológica y la multiplicidad de posturas políticas, no fue patrimonio exclusivo de la independencia del Perú. El mismo fenómeno ocurrió tanto en Argentina, Chile y la “gran” Colombia respectivamente. La particularidad del caso peruano, es que aquí confluyeron con mayor densidad, no sólo fuerzas militares foráneas, sino que éstas intervinieron en los iniciales proyectos de gobernabilidad. He ahí la naturaleza altamente conflictiva y por eso mismo, extremadamente precaria de cada uno de los grupos sociales.

28Un escenario en el que las lealtades políticas y los fundamentos ideológicos sobre los que se sostenían eran transitorios. Por ello conviene reconstruir esquemáticamente, los principales acontecimientos anteriores a la llegada de Bolívar, precisamente para explicar las filiaciones ideológicas, el carácter de su adhesión en favor de la independencia, las rupturas y los desgarramientos internos que padecieron.

29Un esquema mínimo tendría que contemplar los siguientes hechos: el inicial pacto de gobernabilidad entre la mayoría de los grupos políticos, inmediatamente después de la formal proclamación de la independencia en julio de 1821. El curso que va tomando el debate sobre la forma de gobierno en la Sociedad Patriótica. El carácter del régimen protectoral, la dictadura ejercida por Monteagudo, las con secuencias de la represión ejercida en contra de los españoles, la expulsión de los mismos del país y de la oposición civil al régimen. El movimiento político por el cual Monteagudo es destituido y luego expulsado de Lima en julio de 1822. La naturaleza política y social de las elecciones para definir la representación al primer Congreso Constituyente. El impacto social de la Junta Gubernativa cuyo poder emanaba del Congreso. El primer golpe de Estado liderado por Riva Agüero y Santa Cruz en febrero de 1823. El enfrentamiento y la división del Congreso por efecto del ingreso de las fuerzas realistas a Lima, la desarticulación del Ejército Unido de los Andes, las causas de la traición del Batallón del Río de la Plata que precipitó la entrega de los castillos del Callao a los realistas. La breve presidencia de Torre Tagle, el nombramiento de Sucre como comandante general del Ejército, las negociaciones de Riva Agüero con los realistas y las circunstancias que precipitaron el llamado a Bolívar y su posterior nombramiento como Supremo Dictador.

30Otra discusión que se insinúa en el artículo de Bonilla, es la naturaleza de la oposición por parte de los “patriotas anticolombianos” (término utilizado por el mismo Bolívar), quienes habrían percibido su presencia como una amenaza a sus intereses. En este punto, habría que esclarecer si dicha oposición emerge en aquella coyuntura, o por el contrario, es anterior, y por lo mismo a toda forma de intervención foránea.

31Los diferentes sectores de la elite económica y política peruana tuvieron plena conciencia de los peligros que suponía incorporar a las masas populares urbanas y al sector indígena como actores políticos en la guerra. Pero para actuar de un modo en que la independencia se efectúe sin movimientos traumáticos que alteren el ordenamiento social vigente, estas elites tuvieron que hacer uso de una gran capacidad de maniobra. Admitieron la presencia de San Martín sólo hasta el punto en que sus intereses no sean tocados. Luego se opusieron al protectorado en la figura de Monteagudo cuando este régimen empezaba a tener un apoyo social efectivo con la Guardia Cívica. Entonces estamos frente a un grupo social que actuó sobre las experiencias de sus antecesores inmediatos, pero también de otro tipo de experiencias tanto internas y externas, que se cuidaban de no repetir ni provocar el temor que aún inspiraba la rebelión de Túpac Amaru II y los “excesos” de la Revolución Francesa.

32Bonilla también llama la atención sobre el error que supone analizar la movilización campesina: “sólo en función de si participaron o no en las luchas por la emancipación peruana”, pues esta perspectiva “impide un mejor conocimiento de la naturaleza del compromiso de la población indígena”. Luego de reconocer que, efectivamente, existieron significativos grupos de indígenas en ambas fuerzas, su participación tuvo que ver más, con la “defensa de sus intereses como campesinos indios”. Sin embargo, aún se requieren investigaciones complementarias para conocer: “los mecanismos de emergencia o de esta precoz conciencia o sentimiento nacional”.

33Pero la participación de estos grupos sociales en la guerra, no se limitó a servir como milicia de apoyo, sino que también se expresó bajo la modalidad de “transferencia de recursos y excedentes para el mantenimiento de ambos ejércitos. En unos casos, de manera voluntaria y en otros por la fuerza”. Otro punto importante fue que la presencia de indígenas en ambas fuerzas, se debió, en muchos casos, a: “mecanismos coercitivos de reclutamiento y cuya consecuencia fue la alta tasa de deserciones y la necesidad de destacar elementos de la tropa para la custodia de estos soldados bisoños”.

34La hipótesis general que utiliza Bonilla para indagar sobre la participación indígena en las guerras por la independencia, es la segmentación que produjera los mecanismos de dominio colonial sobre estos y, expresada en dos actitudes, los que buscaron “el desmantelamiento o la corrección de algunos aspectos de esta dominación, de un lado, y la que, en diferentes grados, aceptó este dominio e incluso le fue leal. Dentro de este contexto, las guerras por la emancipación introdujeron algunos cambios traducidos o en el cambio de las opciones políticas iniciales del campesinado indígena o en la acentuación de los mismos”.

35Un aspecto que requiere un análisis más profundo, es sobre el impacto que generó entre las masas campesinas la cancelación del tributo indígena por parte de los patriotas, la diferenciación existente entre los líderes de las guerrillas y sus componentes; en este último caso, se trataría de personajes que encarnan liderazgos locales sustentados sobre jefaturas tradicionales, y por lo mismo, en la supervivencia de ancestrales diferencias étnicas y enfrentamientos entre los mismos pueblos de indios.

36Pero el punto central de las controversias implícitas en las diversas interpretaciones sobre el papel y la naturaleza de la participación indígena en la guerra, es el hecho de que, finalmente, la mayoría de ellas se dirigen a indagar sobre los supuestos contenidos “nacionalistas” entre los mismos. Pero como es obvio, el concepto de “nación” y “nacionalismo” no puede ser empleado como un absoluto. El problema de su utilización para la época de la independencia, es que durante aquella coyuntura existieron variadas y múltiples formas de concebirla. Entonces es pertinente hablar más bien, de nacionalismos en conflicto.

37Sin entrar en consideraciones especulativas, en el sentido de saber si el contenido ideológico del concepto de nación es el que moviliza a grupos sociales definidos, y cada uno de ellos con proyectos diferenciados; interesa por el contrario conocer el punto de inflexión y los grados de erosión que tuvo el concepto de “nación” colonial dominante en cada espacio regional y étnico.

38Lo anterior llevaría a realizar una reconstrucción cronológica y un mapa regional de movimientos campesinos donde es perceptible la presencia de diversos proyectos de “nación”. Se tendría que incluir desde Túpac Amaru II, pasando por las rebeliones de Huánuco y Cusco —y en el interregno las adhesiones y disidencias hacia el régimen colonial a propósito del constitucionalismo gaditano—, hasta llegar a las guerras por la independencia.

39Lo que sí queda claro, es el hecho contundente de la presencia indígena en ambos bandos, así como la deserción hacia los dos ejércitos y los sorprendentes cambios de adhesión bajo coyunturas específicas. Que esta participación fuera por efecto de la presión de ambas fuerzas, o que haya sido el resultado de un cálculo de intereses, no disminuye la extrema fragilidad de las lealtades políticas de los indígenas peruanos hacia bandos en conflicto. ¿Cómo explicar este paradójico y problemático movimiento?

40Este problema nos conduce nuevamente a indagar sobre un punto en el que existe mayor consenso, tanto para la historiografía, como para las jefaturas político-militares de patriotas y realistas. Se trata del predominio por preservar sus intereses comunales y locales de los diferentes grupos de guerrillas, al margen y por encima de su alianza con ambos ejércitos. Los testimonios sobre la desconfianza de San Martín y Bolívar hacia estos cuerpos armados son suficientemente claros y documentados. El mismo Bonilla resume este problema en los términos siguientes:

41[...] los actos de estos campesinos indígenas en función de sus propios intereses eran mucho más de lo que podían tolerar los jefes que conducían la liberación del Perú, porque ahora no sólo exhibían una autonomía muy grande, sino que atacaban intereses que a los líderes patriotas no les convenía perturbar, y la peligrosidad de esas movilizaciones era tanto más grave por cuanto se trataba de gente armada.

42Un elemento que no ha sido suficientemente ponderado es el hecho de que las poblaciones indígenas se encuentran con la guerra; es decir no existen evidencias —por lo menos para el año 1821 en adelante— de que hayan tomado la iniciativa. Lo que se produjo fue una disputa por parte de ambas fuerzas para ganar su adhesión y colaboración. Aquí, lo que me parece que se debe resaltar, es el hecho de que el sector indígena se encontró con el conflicto.

  • 15 Víctor Peralta Ruiz, “Elecciones, constitucionalismo y revolución en el Cusco. 1809-1815”. En Carl (...)

43Una línea de investigación sugerente que ya ha sido iniciada por diferentes investigadores,15 pero que requiere un adecuado encuadramiento en relación a la coyuntura de 1821-1824, es la influencia del liberalismo gaditano. Una atenta lectura de los testimonios y fuentes sobre la realización de elecciones para los ayuntamientos constitucionales y las disposiciones sobre el tributo indígena, indican la prefiguración de una cultura política que guarda notables diferencias con respecto de las estrategias de lucha de los sectores indígenas durante el período colonial tardío.

  • 16 Que las guerrillas y montoneras indígenas enarbolaron un programa de lucha diferente al de los pat (...)

44En este terreno, lo importante es conocer el afianzamiento de las identidades étnicas e intereses económicos locales, y su expresión política por intermedio de una intensiva y entusiasta participación de los pueblos indígenas para definir su representación política. La crisis que sobrevino al conjunto de la monarquía española con motivo de la invasión napoleónica en 1808, planteó serios problemas de gobernabilidad en las colonias. Y los casos más extremos, fueron aquellos en donde el poder imperial no contaba con suficientes recursos materiales para hacer frente al espíritu separatista, y en donde la desobediencia política se alimentaba del desorden institucional que envolvía a todo el virreinato.16

45Quizás el caso que con mayor dramatismo expresa la defensa de los intereses étnicos y comunales de los indígenas, sea el abierto desafío de los iquichanos a la república y su adhesión —por lo menos en el discurso— a la causa realista; con el incómodo agregado —sobre todo para los que se afanan en demostrar nacionalismos “latentes” entre los indígenas— de haberse producido luego de los sucesos de Ayacucho.

  • 17 Cecilia Méndez, “Los campesinos, la independencia y la iniciación de la República. El caso de los (...)

46La conducta política de los iquichanos ya ha merecido diversos estudios, como también un debate entre los mismos. De modo que me limitaré a exponer algunas observaciones que se derivan de las tesis sostenidas por Cecilia Méndez, autora de uno de los estudios más exhaustivos.17

47Para Méndez: “los campesinos de Iquicha en apariencia férreos defensores del orden colonial, desafiaron en los hechos algunos de los cimientos legales sobre los que este mismo se constituía”, dando lugar al “comienzo de un nuevo tipo de alianza campesina”. Pero además, y a pesar de que aún no se tienen suficientes evidencias sobre “la idea de nación de estos campesinos” es importante reconocer, “que sí tenían una idea. Su horizonte mental en definitiva, trascendió los linderos de su universo local y regional”; los extremos de esta interpretación conducen a la autora a postular la tesis de “la emergencia de un “pseudo-estado” de carácter campesino y de estructura militarizada. Sus rasgos se prefiguran ya entre 1826 y 1828”. Entonces, los iquichanos habrían formado un ejército para combatir a la joven y débil república y organizaron un poder regional paralelo.

48Las anteriores afirmaciones tienen como sustento empírico la apropiación, por parte de los rebeldes, de una parte del excedente productivo a través del cobro de diezmos, la administración de justicia en las zonas controladas por ellos, la movilización de mano de obra local para trabajos comunales, la reglamentación del orden público, la redacción de documentos y bandos en donde es perceptible la sintaxis quechua, y la ausencia de españoles en el “micro-Estado” campesino. Asimismo, conducen a la autora a formular conclusiones provocativas, “la postura pro colonial de los iquichanos no necesariamente implicaba que ellos aceptaran las categorías de jerarquización étnica inherentes al colonialismo (una “República de indios” subordinada a una de españoles). Si los indios de Iquicha se alzaron contra la república de Bolívar, no fue ni porque estuviesen “engañados” ni porque quisiesen perpetuar los rasgos más opresivos del sistema colonial. Todo lo contrario. Se alzaron para defender los derechos y el status que como indios habían recibido del poder colonial, y que la República criolla amenaza liquidar”.

49Aquí, el punto es el siguiente, si los indios de Iquicha no aceptaron las categorías de jerarquización “étnica” —su condición de indios— impuesta por el colonialismo, ¿cómo es que defienden los “derechos” y “status” que habían recibido del “poder colonial”? El sostén en la argumentación de Méndez es que los iquichanos recibieron beneficios de parte del Estado colonial por su intervención contra Tupac Amaru II y luego contra Pumacahua (1814). Lo cual convertiría a los iquichanos en un grupo social diferenciado —para el sistema de dominio colonial— en relación al resto de poblaciones indígenas. O para utilizar sus propios términos, “nuestras simpatías por el proyecto tupamarista nos han obnubilado y nos han hecho buscar más a los herederos andinos de su derrota que a los no menos activos beneficiados de la misma”.

50Pero los beneficios asignados “coyunturalmente” a los indios que participaron en la represión de movimientos armados indígenas en contra del Estado colonial, nunca pusieron en tela de juicio el lugar que estos ocupaban en la estructura social del colonialismo. Entonces, me parece que el problema es, considerar que las jerarquías sociales impuestas por el colonialismo, no contemplaban derechos y obligaciones. Derechos y obligaciones que precisamente asignaban a los indios el status de dominados y explotados.

51De las anteriores afirmaciones de Méndez se deriva esta otra tesis, “frente a una República criolla que, al imponer requisitos prohibitivos de ciudadanía, virtualmente los excluía de dicha condición, y a cambio sólo les exigía sumisión y “sometimiento a las leyes y a la Constitución”, los campesinos de Iquicha —o en este caso sus líderes— reivindicaron su derecho a ser indios, y sin dejar de serlo, acceder a los grados sociales más altos de prestigio y poder”. Esta propuesta parece una exageración.

52Quizás convenga recordar que, a la inicial confusión no sólo ideológica que antecedió a los orígenes del Estado republicano, pronto le sobrevino una profunda dispersión ideológica entre los pueblos y las regiones, que entonces podían actuar con mayor libertad, imponiendo a sus conductas políticas dimensiones reivindicativas que desafiaron todo intento por consumar el “idealismo” republicano, la soberanía territorial y la obediencia política que reclamaban los textos constitucionales.

53Más aún, explicar la rebelión de los iquichanos como un rechazo a la “joven” república, es tomarse muy en serio y dar demasiada importancia a lo que entonces se concebía como república. A no ser que entendamos como tal, los discursos, proclamas, deseos y esperanzas de una elite política que, en términos proporcionales era insignificante en relación a toda la población de la época. Algo más, la supuesta adhesión de los iquichanos a la causa del Rey, requiere una aclaración de la naturaleza específica que para estas poblaciones tenía el sistema de dominio colonial tardío. Aquí, nuevamente es importante evaluar sus acciones dentro de los profundos cambios políticos derivados de la crisis de la monarquía española a partir de 1808 y las repercusiones sociales del liberalismo gaditano.

54Pero con lo anterior aún no se despeja la incógnita. ¿Contra qué se rebelan los iquichanos? Si hemos de creer literalmente a los rebeldes, podríamos concluir que el principio activo que organizó sus acciones es efectivamente, su rechazo a una situación de “transición política”, cuyas características distaban de ser claras no sólo para ellos, sino para la mayoría de grupos sociales entonces existentes durante aquellos confusos y turbulentos años. Por ello, poco ayuda situar la acción de los rebeldes contraponiendo colonialismo con república. Hubiese sido interesante razonar los acontecimientos, dentro del juego de alianzas y conflictos entre los diferentes grupos y pueblos de indios, y las vinculaciones que estos establecieron tanto con realistas y patriotas.

55Entonces, me parece que es una exageración deducir que la rebelión de los iquichanos, fue en contra de un sistema político —la república— que no tenía, no podía tener, la capacidad de ejercer su influencia sobre vastos espacios del territorio peruano. Y éste es un problema que se deriva de no distinguir entre lo que los actores políticos dicen de sí mismos, y el escenario social, político, militar e ideológico que organiza y además condiciona ese discurso.

ABASCAL Y LA CONTRARREVOLUCIÓN

  • 18 John Fisher, El Perú borbónico 1750-1850. Véase sobre todo el capítulo VI: “Fidelismo, patriotismo (...)

56Uno de los últimos estudios sobre este tema, es el realizado por John Fisher,18 quien analiza el proceso de la independencia, desde un arco temporal más amplio, como es el impacto y consecuencias de las reformas borbónicas sobre la unidad política del virreinato peruano. La virtud de este trabajo, consiste en la diferenciación que el autor realiza entre los cambios políticos a raíz de la crisis del absolutismo español, y la permanencia de tendencias económicas organizadas por los borbones durante el siglo xviii.

57En el anterior contexto, los miembros de la elite limeña no querían la independencia, pero exigían, “enérgicamente una revisión drástica de la estructura fiscal, la abolición de las intendencias, un genuino comercio libre y la igualdad en el acceso a los cargos de criollos y europeos”. Los criollos de Lima sobre todo, tuvieron la ilusión de acceder al poder político dentro de las reformas gaditanas; sin embargo, la restauración de Fernando VII en 1814, fue un duro golpe a sus pretensiones.

58Otro tema que aborda el autor, ya tratado por la historiografía tradicional, preocupada por rescatar el espíritu separatista de los criollos, son las conspiraciones criollas de Anchoris en setiembre de 1810, antes la de Mateo Silva en 1809, y la proyectada por prominentes miembros de la elite limeña en 1814, liderada por José Matías Vásquez de Acuña, Conde de la Vega del Ren. Lo destacable en la propuesta de Fisher, es la incorporación en su análisis, del frío cálculo político de este sector de la elite limeña, que animados por las prerrogativas del liberalismo español, intentaron obtener los mayores beneficios económicos.

59Con respecto al golpe de estado de La Serna en contra de Pezuela en 1820, el autor señala que no tuvo mayor peso ideológico, sino más bien diferencias estratégicas para la defensa del virreinato. Mientras Pezuela insistía en una solución pacífica, en cambio La Serna confiaba en la eficacia de las armas. En aquel contexto, resulta interesante el análisis que realiza del papel de Manuel Abreu, el Comisionado Regio que fuera enviado con la finalidad de proponer una solución pacífica a la guerra y que no signifique la total ruptura del Perú con España.

60Sobre la presencia del virrey La Serna en el Cusco, el Cabildo de esa ciudad dirigió un comunicado al Virrey, pidiendo que la confirme como “capital del virreinato”. Esta medida significó, según el autor, “que los dirigentes encontraron una mejor garantía de sus intentos por afirmar la identidad regional en el fidelismo, antes que en la insurgencia”. La relaciones de los residuos del Estado colonial con los diferentes grupos sociales del sur andino, fueron una “combinación similar de improvisación, persuasión y respeto por los procedimientos acostumbrados”.

61Continuando la línea de Abascal, La Serna actuó con bastante autonomía debido a varias causas. La primera, por el desorden legal que siguió a la Junta y las imprecisiones del período constitucional; la segunda, por la dificultad en las comunicaciones. En esta región, el tributo indígena a pesar de haber sido abolido, persistió disfrazado con la denominación de “única contribución de naturales”, que se cobraba dos veces al año. Según el autor, a fines de 1823 parece que empezó a proyectarse la creación de una entidad política autónoma desde el Cusco y el Alto Perú y de espaldas a Lima. Este proyecto se deduce de la prolífica actividad de la prensa realista dirigida por Rico y Angulo, el publicista español que antes, por los años 1820-1821, escribía encendidos editoriales en contra de Pezuela. Su recompensa por parte de La Serna se hizo visible durante la estadía de ambos en el Cusco.

62Otro aspecto del análisis de Fisher, es el que realiza del conflicto entre los dos bandos político-militares del Estado colonial, la ausencia de una estrategia común que podía haber enfrentado en mejores condiciones a los patriotas. La conducta de personajes como Pezuela, La Serna, Abreú y Olañeta, todos ellos militares de alta graduación de las fuerzas armadas realistas, pero con visiones diferentes de los acontecimientos y la solución de los mismos, indican la lenta pero efectiva erosión al interior del aparato burocrático del virreinato peruano. Pero también refleja las tensiones y los desgarramientos internos que afectaban al nervio del sistema de dominio colonial.

  • 19 Brian Hamnett, La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal: Perú 1806-1816.

63Es interesante observar que Brian Hamnett19 parte de una premisa diferente y contrapuesta a la de Fisher. Se trata de la política de “recuperación territorial” practicada por el virrey Abascal durante su gobierno, y desde esa perspectiva, el inicio del desmantelamiento de las reformas borbónicas del siglo xviii. La preocupación del autor es, explicar en última instancia, el persistente “fidelismo” de la clase dirigente limeña y su negativa a participar a favor de la independencia.

64Según Hamnett, las humillaciones impuestas por el Estado virreinal —léase Reformas borbónicas— a las elites limeñas durante todo el siglo xviii, sufrieron un cambio significativo sobre todo a propósito de la crisis política derivada de la invasión napoleónica a España en 1808. En aquel contexto, “Abascal tomó la decisión de actuar por su propia cuenta”, adoptando una política de “conciliación y acercamiento a las elites americanas”; más aun cuando los nuevos órganos de gobierno en la península dejaban imprecisas sus relaciones con los del virreinato. Abascal se convirtió entonces en “jefe político superior”, compartiendo el poder con la Diputación Provincial. La conducta y los emcumbrados cargos políticos de “españoles americanos” como José Manuel de Goyeneche, José Baquíjano y Carrillo y Pío Tristán, expresan de modo contundente la afinidad de intereses de un sector de la elite peruana con los del Estado colonial dirigido por el sagaz y autoritario virrey.

65Pese a las reticencias de Abascal para cumplir los mandatos de las Cortes relativos a convocar elecciones de los Ayuntamientos Constitucionales y sus reparos en contra de la libertad de imprenta, su aplicación terminó por modificar la sensibilidad política entre todos los grupos sociales. Para la elite limeña se trataba de una oportunidad inmejorable para acceder a los más prominentes cargos públicos; y desde esta perspectiva, aprobar no sólo con palabras, sino con recursos la extraordinaria guerra contrarrevolucionaria y la política de expansión territorial en la que se vio comprometida entre 1810 y 1813.

66Durante esos años Quito, Charcas y Chile fueron reanexados al virreinato peruano más por iniciativa de Abascal que del gobierno metropolitano. Según Hamnett, “debido a la estabilidad política en Lima, el gobierno de Abascal respondió de una manera decisiva a los movimientos revolucionarios que estallaron desde 1809 en los territorios circundantes”. Y en otro párrafo señala “la actuación de Abascal reflejó la escala de oposición que existía en Lima en contra de la política borbónica dieciochesca; evidentemente Abascal podía formar un consenso de opinión peruana que trascendiera las distinciones entre peninsulares y americanos, comerciantes y constitucionalistas. Esta política de revancha representó la respuesta peruana a la geopolítica del despotismo ilustrado. La derrota de los movimientos revolucionarios en varias partes de América del Sur hizo posible el éxito de esa política. Se destaca la capacidad del gobierno de Lima para realizarlo”.

67Efectivamente, esta perspectiva permitiría explorar el proceso independentista a partir del enfrentamiento y de la oposición de intereses entre el virreinato peruano y el resto de unidades territoriales americanas. Conviene recordar que el ejército organizado por Abascal y sostenido con recursos de los grupos dominantes coloniales peruanos ganó batallas importantes: Guaqui (20-08-1811), Sipe Sipe (12-11-1812), Vilcapujio (1-10-1813), Ayohuma (14-11-1813), Humachiri (11-03-1815), Sipe Sipe (29-11-1815), Rancagua (10-1814).

68Finalmente, la importancia del trabajo de Hamnett consiste en hacer visible la alianza política entre el Estado del virreinato peruano y una facción importante de la clase dominante colonial peruana. Y sería esta comunión de intereses lo que explicaría el persistente fi-delismo —sobre todo limeño— de este grupo social hacia el sistema de dominio colonial.

69Sin embargo, para tener un cuadro mucho más completo, se tendría que analizar la estrategia seguida por la elite peruana durante coyunturas políticas específicas. Aquí, lo importante es conocer el modo en que reaccionaron frente a los dramáticos e impredecibles acontecimientos que se desencadenaban en España.

  • 20 Esta coyuntura es excepcional para investigar un tema crucial, como es el referido a la identidad (...)

70Por ejemplo, establecer su postura frente a la Junta de Gobierno de Sevilla en 1808, ante la Regencia en 1810, al breve período constitucional de Cádiz en 1814, y nuevamente su reacción frente a la reimposición del liberalismo en 1820. En realidad estamos frente a violentas alteraciones del proceso político en un espacio restringido de tiempo. Y fueron estas alteraciones las que precipitaron un profundo desorden ideológico, pero también un precoz aprendizaje político, luego capitalizado por la elite de políticos e intelectuales republicanos que definieron el primer proyecto de gobernabilidad del Perú independiente.20 Pero si Abascal convino por una estrategia coyuntural de armonizar los intereses del absolutismo español con los de la elite peruana —y a la espera de que mejoren las condiciones a favor de la restauración imperial— en cambio, las consecuencias de esta política fue el aflojamiento de los resortes y mecanismos de control burocrático, especialmente en los espacios rurales del territorio peruano, introduciendo un conjunto de elementos perturbadores cuyos dramáticos resultados serían verificados a propósito del arribo de las fuerzas “libertadoras” al Perú y luego de la formal proclamación de la independencia en julio de 1821.

LA INDEPENDENCIA EN EL SUR ANDINO

  • 21 Charles Walker, De Túpac Amaru a Gamarra. Cusco y la formación del Perú republicano 1780-1840.

71El estudio de la independencia en la región surandina es particularmente visible en el estudio de Charles Walker sobre la región del Cusco.21 Es un libro que “analiza las relaciones intrincadas y difíciles entre ideología y política, movimientos políticos regionales y clases bajas. Es necesario integrar estas diferentes esferas con el fin de entender las dificultades que la América hispana encontró para la construcción del Estado-nación. Esta integración requiere una reconstrucción cuidadosa de los movimientos políticos que ponga atención a la diversidad de tácticas que están detrás de la insurrección y la movilización colectiva y que, asimismo, estudie los diversos debates ideológicos. Este trabajo examina la forma en la cual los movimientos políticos incluyeron o excluyeron a las clases bajas y de piel oscura y cómo estos grupos, a su vez, influyeron sobre tales movimientos y también se vieron afectados por ellos, pues los movimientos políticos subalternos no son ni autónomos, ni totalmente dependientes”.

72Entonces, se trata de una investigación que busca examinar, “las conexiones y desconexiones entre ‘política campesina’ y movimientos regionales multiclasistas y nacionales”. Y para explicar esta problemática, el autor se propone relacionar, “dos campos teóricos, el de la cultura política y el de la nueva historia cultural. Estas escuelas han revitalizado la historia política, pues analizan los cambios ocurridos en la conducta y el lenguaje políticos, en lugar de buscar simplemente ganadores y perdedores”.

73Para lo que me interesa señalar, me limitaré a exponer y comentar el capítulo IV del libro que, “revisa la larga guerra de Independencia del Perú (1808-1824), mirándola desde el Cusco”. Su preocupación también es mostrar las alternativas políticas que se barajaron entre las clases bajas; alternativas que diferían tanto del “colonialismo español como del republicanismo”.

74El escenario político que el autor nos presenta para los años de 1805 y 1814 es particularmente importante ya que permite entender el inmediato trasfondo social sobre el que se desencadenó la sublevación del Cusco (1814-1815). Luego de exponer la conspiración de Gabriel Aguilar y José Manuel Ubalde en 1805, lo que se observa en el sur andino es un conjunto de acontecimientos marcados por el descontento, la rebeldía y las conspiraciones de la población indígena, las clases bajas urbanas, el temor y la incertidumbre de las autoridades coloniales.

75Es lo que ocurrió por ejemplo en julio de 1805, en Huarocondo (Abancay), y luego en 1809 en Huaroc (Quispicanchi). Según el autor, los sucesos en estas localidades, “indican que las quejas de muchos indios, cuyas voces raramente se muestran en los archivos, traslucían el disgusto por determinadas autoridades y se aproximaban a un repudio general hacia todo aquello que se definiera como español. No parece factible el que estos rumores fueran meros productos ficticios o de la ansiedad de la elite. La rebelión de Pumacahua, pocos años después, confirmaría los temores del gobierno”.

76Pero lo interesante de este período fueron los efectos sobre el sur andino de la crisis política en España (1808) y la influencia que ejerciera la rebelión de La Paz en 1809 y el ingreso de las fuerzas rebeldes de Buenos Aires que bajo el mando de Castelli abolió el tributo indígena y el trabajo forzoso el 25 de mayo de 1811 “en medio de las ruinas de Tiawanaku”.

77Un mérito particular del trabajo de Walker es la atención que dirige a la cultura popular de la época y expresada por intermedio de la comunicación oral en los mercados, chicherías, los caminos, las ferias y las festividades: “Los rumores aumentaron las llamas de la rebelión y aumentaron el pánico de los realistas”. Efectivamente, ingresar al conocimiento de los tipos de sociabilidad política en sociedades analfabetas y en donde la difusión de las noticias se realizaban al margen de la escritura, es probablemente uno de los grandes vacíos de la historiografía sobre la independencia.

78Otro tema que también es tratado, es el referido al impacto del liberalismo español expresado a propósito de las Cortes de Cádiz, “las reformas aprobadas por las Cortes de Cádiz desestabilizaron las relaciones de poder local en los Andes”. En efecto, estas reformas que incluían la libertad de imprenta, la abolición del tributo y de la inquisición, y el papel que debían tener los indígenas en las elecciones, terminaron por incorporar nuevos elementos de desorden en la región.

79Según el autor, diversos testigos contemporáneos, “escribían con asombro sobre el interés de las clases bajas en la Constitución y sobre la difusión de las ideas políticas. Un observador señalaba que el apoyo a la Constitución era tan grande que: “aun la plebe ignorante llevaba sus fragmentos escritos por estar escasos los ejemplares y no tener proporción para conseguirlos”. Y en relación a la manera en que fue recibida la Constitución en Cusco (abril, 1811), hubo “tres días de festividades, en las cuales hubo juegos artificiales, corridas de toros, teatro público y otras atracciones populares”.

80Un punto de polémica sería en torno a la utilización del concepto de “utopía andina” construido por Alberto Flores-Galindo y Manuel Burga, y como proveedor de “diversos proyectos contrahegemónicos en los Andes desde la llegada de los españoles hasta el siglo xx”. En efecto, para el autor, “una característica saltante de la actividad insurgente en el sur andino es la repetida alusión a los Incas”. Pero tal como lo reconoce el autor, “los movimientos que utilizaban la iconografía inca no eran autónomos en relación a movimientos políticos más amplios, ni estaban compuestos únicamente por indígenas”. Además, la utilización de emblemas y símbolos alusivos a los incas, habrían sido utilizados, “para representar un sistema político alternativo”.

81Si lo anterior es correcto y ha sido suficientemente explorado, en cambio las dificultades que encuentro son cuando se intenta vincular esas imágenes con la existencia de una conciencia histórica que trascienda a todos los grupos y clases sociales y se sitúe por encima de los intereses y conflictos de los mismos; al respecto señala el autor, “aunque cada grupo tenía una definición particular e interesada sobre los Incas, esta iconografía promovía una conciencia histórica anticolonial común para grupos sociales totalmente diversos e incluso antagónicos. La permanencia de la riqueza de los Incas como símbolo subversivo reside en su propia capacidad de trascender las divisiones sociales, como aquella existente entre indios y criollos”.

82Aquí, el punto de discusión sería si efectivamente el símbolo del Inca tenía (o ¿tiene?) una capacidad subversiva, tanto que podía “trascender las divisiones sociales” promoviendo de una conciencia histórica común para grupos antagónicos. ¿Qué tipo de conciencia histórica es la que cobija la utopía andina? ¿Una conciencia histórica autónoma o heterónoma? Porque concebir la imagen del Inca como símbolo de cohesión entre grupos antagónicos y luego afirmar que también tiene una fuerza subversiva entre los mismos es un contrasentido. O dicho de otro modo, la imagen del Inca fue más bien un instrumento que cumplió (aún cumple) una doble función: de armonizar expectativas antagónicas pero al mismo tiempo afianzar intereses irreconciliables.

  • 22 Un ejemplo contemporáneo del uso político de la imagen del Inca, es el realizado en las últimas el (...)

83Quizá sea esta confusión la que induce al autor a sostener afirmaciones contradictorias, “las referencias a los Incas no significaban, en modo alguno, un proyecto alternativo, el cual nunca pudo combinar fuerzas con el movimiento más moderado, conducido por los criollos”. Pero en otro párrafo sostiene, “la utopía andina no era demasiado exótica, sino más bien demasiado radical: en esos años se consideraba que era el fundamento ideológico de un movimiento indígena o campesino”. En realidad, el propio autor admite estas dificultades analíticas al sostener que, “la incapacidad de convertir la utopía andina en una ideología ‘nacional’ se explica en última instancia por las tensiones étnicas y de clase”.22

84Finalmente el autor termina analizando la época posterior a la rebelión de Pumacahua en que la región del sur andino estuvo bajo el mando de Pío Tristán y el último virrey La Serna. Y el escenario que presenta no es la imagen tradicional que se ha construido sobre estos años, el de ser un bastión realista. Por el contrario, hubo rebeliones como las acaecidas en setiembre de 1808 en las comunidades de Lucre y Linque en Aymaraes. Los rebeldes, luego de atacar a las autoridades encargadas de recaudar los tributos, marcharon hacia Toraya, se enfrentaron a la milicia encargada de reprimirlos y las derrotaron.

85La sublevación continuó en 1819 en la región de Oropesa. En setiembre de 1820, Tristán informaba sobre el tenso ambiente que existía en la región, manifestando que, “los espíritus de la gente estaban totalmente alterados”. Durante el mes de marzo de 1821, José Melchor Lavín y un grupo de oficiales se rebelaron en el Cusco liberando a los presos de la cárcel de la ciudad. Los informes posteriores de las autoridades señalaban que tenía vinculaciones con San Martín. Finalmente fueron fusilados. De otro lado, el comandante realista Carratalá informaba en octubre de 1821 su preocupación por la “banda de rebeldes que se hallan reunidos por los alrededores de Aymaraes”. A fines del mismo año, Ignacio Urdapileta Montoya, un sobreviviente de la rebelión de Pumacahua, establecía comunicaciones con “un comandante patriota asentado en Lucanas”, manifestándole, “la adhesión general de los indios de la provincia del Cusco al movimiento independentista”.

86La llegada del virrey La Serna al Cusco en diciembre de 1821 y su permanencia hasta 1824 modificó el escenario social, político y militar en la región. Según el autor, “es difícil medir el nivel de apoyo que en ese momento había en el Cusco a La Serna y el gobierno colonial”. Pero para comprender lo que expresaron significativos miembros de la elite local, se debe considerar la presencia militar y la intensa campaña de propaganda de los realistas. Además, políticamente La Serna se apoyaba en funcionarios que habían llegado con él de Lima y de otras regiones.

87De otro lado, se debe considerar el beneficio económico que significó para ciertos sectores, el satisfacer las demandas del Estado allí establecido (las textilerías y el avituallamiento de la tropa realista por ejemplo); “La Serna dedicaba la mayor parte de los ingresos del Estado a los militares, particularmente al Ejército del norte comandado por José Canterac, en los andes centrales”.

88En conclusión, las sublevaciones en el Cusco no pueden ser reducidas a “una lucha por y contra la Independencia”. Por el contrario, “los disidentes contemplaban diversas formas de gobierno alternativo, tales como la monarquía constitucional, o la autonomía sin una independencia total. Otros mantenían sus esperanzas en Fernando VII. En la región de Cusco la gente reflexionaba, cambiaba de parecer y luchaba en torno a esas posibilidades”.

89Las conclusiones del autor sobre la participación de los indígenas en el sur andino a raíz de la independencia, confirman lo acontecido en otros espacios regionales, “utilizaron diversos medios para defender sus derechos [...] la combinación de lucha y negociación que caracterizó a la larga guerra de la independencia en Cusco continuó en el período republicano”. En suma, estamos frente a una interpretación sumamente sugerente, y que además es el resultado de una larga y paciente investigación que condujo a su autor a indagar en archivos y fondos documentales tanto nacionales y extranjeros.

NACIÓN Y NACIONALISMOS

  • 23 Carmen Mc Evoy, “El motín de las palabras: la caída de Bernardo Monte-agudo y la forja de la cultu (...)

90Un ejemplo de la importancia que tiene el análisis de la “nación” y el “nacionalismo” en los estudios sobre la independencia, son los trabajos de Carmen Mc Evoy. En el primero de ellos,23 la autora, con el auxilio de un sugerente aparato teórico, propone la existencia de dos proyectos de nación presentes durante el régimen protectoral: la nación “cultural” y la nación “contractual”. Los modelos históricos clásicos de ambos tipos de nación, serían el francés y el alemán respectivamente.

91La primera, “está definida por una relación común, sustentada en una memoria histórica, una geografía, afinidades de parentesco, costumbres, religión y lenguaje. La nación cultural es concebida, asimismo, en términos particularistas, organicistas y colectivistas”. En tanto que la nación contractual o “cívica”, está, “históricamente ligada al surgimiento de la democracia, hace referencia explícita a una comunidad política, la soberanía del cuerpo de ciudadanos. Dentro del contexto anterior su artificialidad, universalismo e individualismo guardan relación con la percepción de la nación, como producto de la libre asociación de voluntades individuales sobre la base de una discusión racional”. Más adelante la autora nos dice que para el caso peruano observa, “la imbricación de tendencias culturalistas y con-tractualistas, tanto en los discursos sustentadores del proyecto monárquico constitucional como en el del republicanismo contractual”.

92En relación a la nación cultural proyectada durante el protectorado, la autora sostiene que se fue gestando como consecuencia de una “estratégica alianza político-militar entre sectores de la elite peruana y un grupo de militares e intelectuales extranjeros”. El objetivo de la elite peruana habría sido impedir el desborde social y la anarquía política, por ello no tuvieron otro camino que “adherirse a las fuerzas revolucionarias para poder, de esa manera, controlar, paradójicamente, la revolución social que se vislumbraba”; entonces, la independencia del Perú “reunió las características de una paradójica ‘independencia controlada’”.

93Para la autora, la caracterización del protectorado tendría las siguientes características: “autoritarismo político, la creación de riqueza nacional y la elaboración de un proyecto educativo capaz de elevar la cultura de las masas, posibilitando en el largo plazo el surgimiento del espíritu cívico del cual se carecía”. El artífice de este proyecto fue Bernardo Monteagudo, a quien le dedica algunos párrafos para analizar determinados aspectos de su pensamiento político.

94Sin embargo, “el proyecto protectoral, en su versión montea-gudina, guardó coincidencias con la propuesta contractual que tanto combatió”. Pero además: “exhibió grandes contradicciones” porque “atentó contra la base simbólica de su alianza con la elite peruana”, exhibiendo, “una singular violencia contra el soporte fundamental de cualquier proyecto monárquico viable, la nobleza”.

95Pero sigamos con la argumentación que se utiliza para explicar la emergencia del proyecto de nación de tipo “contractual”. Al respecto, menciona que lo “interesante” del protectorado es que generó sin proponérselo la “reacción de la intelectualidad peruana”. Lo diferente es que ahora, el régimen protectoral es concebido como una “camarilla extranjera” que intentó una hegemonización cultural, entonces, se fue gestando entre los “intelectuales peruanos una identidad nacional y un proyecto político alternativo al diseñado por el protectorado. Para definirse a sí misma la nación peruana imaginada por la elite intelectual y económica de Lima, apeló a la fórmula republicana. La misma aunque paradójicamente republicana contractual en teoría hizo alusión directa a conceptos muy cercanos a la cultura política hispánica”; es decir, al modelo de nación “cultural”. Más aún, el “remedo de despotismo ilustrado” que fue la política protectoral, y que atentó en contra de elementos esenciales de la nación cultural que supuestamente defendía, “fueron rescatados por los defensores de la fórmula contractual”.

96Como puede apreciarse, los conceptos de nación “contractual” y nación “cultural” adquieren formas inasibles y trascendentes, alternándose en uno y otro proyecto, pero siempre son estos conceptos los que finalmente organizan los hechos, el proceso político y cada uno de los acontecimientos. Aunque en líneas generales los acontecimientos que Me Evoy nos presenta sobre el protectorado son coherentes, en cambio me parece que existen algunas dificultades con el modelo teórico que utiliza. Y ése es un problema que se deriva al adecuar los hechos —y no contrastarlos— a una teoría preexistente. Insisto, me parece un poco forzado el razonamiento de afirmar que durante el protectorado existió un proyecto de nación “cultural”, pero que éste incorporó elementos de la nación “contractual” y al revés. Este procedimiento hace que, en última instancia, sea la teoría la que define el curso y sentido de cada uno de los hechos y acontecimientos. Porque es en la hipótesis de la investigación en donde ya se perciben las conclusiones. Aquí, la camisa de fuerza que impide toda otra interpretación de los acontecimientos que reconstruye Carmen Me Evoy, es nuevamente, el problema de la nación y el nacionalismo.

97En este comentario no es mi propósito negar los evidentes méritos de una investigadora que ha tenido la virtud e intuición intelectual para replantear el debate no sólo sobre el protectorado, sino de la cultura política de la época, el mundo de las ideas y los tipos de sociabilidad, pero sí el de comentar algunas de sus conclusiones vinculadas al carácter de la independencia. Efectivamente, si durante el protectorado se habría producido una “independencia controlada”, por la alianza de la élite peruana y militares extranjeros y así evitar una revolución social; al final de su artículo y luego de exponer el proyecto de nación “contractual” diseñado por los republicanos, y a propósito de la caída de Monteagudo, la autora sostiene: “los sucesos de julio de 1822, prueban la innegable participación de los sectores medios y populares en la consolidación de la independencia peruana”; y más adelante: “la independencia significó una revolución social urbana”. En realidad el propósito de la autora es, rebelarse en contra de: “la historiografía reciente”, que: “con honrosas excepciones, se siente avergonzada, por decir lo menos, en torno al nacimiento del Perú a su vida nacional”.

98Efectivamente, la independencia del Perú reunió las características de una revolución controlada y también de una revolución social urbana. Pero el problema radica en la identificación de los actores políticos que llevaron adelante este paradójico proceso y el señalamiento de las coyunturas precisas en las que se efectivizaron. Mi argumento consiste en que la revolución social no se produjo durante la caída de Monteagudo que apenas duró unos días, sino por el contrario, durante el tiempo que éste ejerció el poder real como ministro de Estado. Y ésta es la tesis que sostengo en el segundo capítulo de este libro.

99Ahora revisemos brevemente el proyecto de nación “contractual” de los republicanos. Éste habría sido el resultado del movimiento político que originó la caída de Monteagudo. Y aquí conviene detenerse un poco. Los sucesos del 25 de julio fueron para la autora una coalición “multiclasista”, un “compacto” social integrado por la elite económica e intelectual urbana, sectores medios y populares descontentos con el régimen protectoral y apoyados por la prensa. Es decir, la mayoría de grupos sociales entonces existentes. También nos dice que este acontecimiento tuvo las características de un “intenso nacionalismo peruano”, dirigido por la “incipiente clase política”. Pero caracterizar como incipiente al grupo que dirigió la caída del autoritario Monteagudo, es pasar por alto otros aspectos de la biografía de los mismos, cuya participación en el proceso político se remonta, por lo menos, al período constitucional de las Cortes de Cádiz.

  • 24 Si bien existen algunos vacíos en lo referente al uso de fuentes directas sobre el mencionado acon (...)
  • 25 “Lima justificada en el suceso del 25 de julio”. En C.D.I.P. T. XIII, Vol. 2.
  • 26 Germán Leguía y Martínez, Historia de la emancipación. El protectorado.
  • 27 Los testimonios contemporáneos a la caída de Monteagudo y los sucesos del 25 al 29 de julio son en (...)

100Sin embargo, considero que la principal observación al análisis que se nos presenta sobre el motín que destituyó a Monteagudo, es la utilización de fuentes.24 Este estudio se sustenta básicamente, en la colección de documentos que fueran publicados por la Municipalidad de Lima luego de la expulsión de Monteagudo,25 y el relato que ofrece Germán Leguía y Martínez.26 Pero “Lima justificada en el suceso del 25 de julio”, expresa evidentemente el punto de vista de quienes destituyeron a Monteagudo, lo cual podría haber sido contrastado con otro tipo de fuentes y testimonios, como los diferentes periódicos de la época, que dieron largamente cuenta sobre dicho acontecimiento, o las “memorias” de los diferentes personajes de la época y que fueron publicadas años después.27 Por ello es que resulta insuficiente citar largamente algunos párrafos de “Lima justificada en el suceso del 25 de julio” y explicar el carácter del mismo. Así, los dirigentes del motín aparecen como: “hombres de honor y bien”, y en otro pasaje: “en el motín de 1822 resulta más que evidente la participación activa de la crema y nata de la elite económica e intelectual de la capital pe-mana”, pero en otro párrafo se afirma sobre: “la decidida intervención que en el motín de 1822 tuvieron las fuerzas populares limeñas”.

  • 28 Los documentos y las actas electorales sobre este primer proceso electoral de la República pueden (...)

101¿Pero qué otros hechos ocurrieron realmente el 25 de julio? En primer término, en ese día se venían desarrollando las elecciones para elegir a los representantes de los territorios “ocupados” por los realistas ante el primer Congreso Constituyente.28 Y esta elección era particularmente decisiva, tanto para los republicanos como para Monteagudo. Según el reglamento, podían ser elegidos los ciudadanos residentes en Lima, pero originarios de los departamentos ocupados. El hecho es que el número de “originarios” no alcanzaba lo estipulado por el reglamento. Entonces, la mesa electoral decidió consultar con el Ministerio de Estado para resolver el entredicho. Y fue esta duda la que desencadenó el conflicto.

102Las imágenes que se nos presentan sobre los acontecimientos posteriores al 25 de julio podían haber sido mejor trabajadas. Allí se señala la existencia de un movimiento de masas multitudinario: “de la lectura de la representación elevada al gobierno de Torre Tagle, mediante la pluma de Tomás Méndez, se hace evidente el ambiente de revolución que vivió la capital del país en julio de 1822”. Y en otro párrafo: “entre el 26 y 29 de julio los rumores verdaderos o falsos respecto a una posible represión popular por parte del gobierno empujaron a nuevas manifestaciones, cada vez más incontrolables”.

103Una cuidadosa lectura de Lima justificada sugiere sin embargo otras imágenes. Punto uno: lo que aconteció el 25 de julio duró tres horas y media, ni más ni menos. Al final y durante la convulsión, la ciudad se hallaba: “en el mayor orden. No se notaba la menor voz desconcertada ni el más pequeño extravío”. Y ésta es precisamente la descripción que aparece en Lima justificada, cito: “concluyéndose así el congreso a las diez y media de la noche, manifestándose los nobles y uniformes sentimientos que animan a los heroycos habitantes de esta capital, que efectúan con la mayor tranquilidad y sosiego transformaciones que en otros países menos virtuosos serían causa de torrentes de sangre”. Esa misma noche, el supremo delegado Torre Tagle comunica la renuncia de Monteagudo: “se ha admitido la renuncia que hizo éste en el acto de su empleo, y el gobierno se encarga de encontrarle su sucesor”. La respuesta de la Municipalidad señalaba sobre la necesidad de entablarle a Monteagudo “juicio de residencia”.

104En cambio lo que aconteció el 26 de julio ya sugiere otro tipo de problemas, y para su esclarecimiento es obvio que se necesita otro tipo de fuentes y testimonios. Sin embargo, aún se pueden formular algunas preguntas y consignar otras noticias que se derivan de los propios documentos publicados por la Municipalidad. ¿Por qué no fue suficiente la renuncia de Monteagudo para sus detractores? Y aquí ingresamos a interrogar sobre la conducta de los otros actores políticos que no aparecen ni en los documentos publicados por la Municipalidad, ni en el trabajo que venimos comentando. Por ejemplo, la Guardia Cívica, la oposición civil realista y la nobleza limeña, sólo por mencionar a algunos de ellos.

105En uno de los documentos insertados en Lima justificada y fechado ya el 26 de julio, Torre Tagle llama la atención sobre el peligro que suponía intentar movilizar al pueblo y crear un estado de ánimo revolucionario. En efecto, si hay algo que persistentemente aparece en todas las comunicaciones, es precisamente el temor y espanto que a las autoridades les generaba, un posible levantamiento de masas. Y es ese terror lo que se expresa con toda claridad en el oficio que dirigió Torre Tagle a la Municipalidad: “no puedo desatenderme de hacer a V.S.M.I. presente que en la historia del cambiamiento de gobierno de todos los pueblos del universo las reuniones populares suelen agitar el Estado alguna vez de un modo tan violento y perjudicial a la comunidad en general, hasta el extremo de no poder contenerlo los mismos que le han dado el impulso, cuando la generalidad se desordena”.

106Las comunicaciones cursadas entre la Municipalidad, la Presidencia del Departamento (Riva Agüero), el Ministerio de Estado, y el Comando del Ejército el mismo 26 de julio indican que efectivamente la crisis aún no había sido resuelta. Pero ahora, la principal exigencia de todas las autoridades era que Monteagudo sea arrestado y puesto bajo vigilancia. Los desórdenes en Lima provocaron la inmediata intervención del ejército, cuyo comandante Rudecindo Alvarado advirtió que no toleraría “reuniones tumultuarias” con el enemigo próximo a la vista, pues se corría el riesgo de dividir la opinión pública “formando facciones”, que conducirían a la “pérdida de esta capital”, y por lo tanto, el ejército estaba resuelto a “contenerlas a toda costa”. La respuesta tanto de la Municipalidad como de la Presidencia del Departamento, fue que en ningún momento intentaron “azona-das” ni “invertir el orden público”. Pero además, quienes suscriben los documentos en todo momento se preocupan por diferenciarse de lo que ellos denominan “gentes sin responsabilidad”.

107No existe ningún oficio ni documento del 27 de julio, ni del 28 del mismo mes en Lima justificada ¿Qué hechos ocurrieron durante esos días? No lo sabemos. Lo que sí queda claro es que el ejército tuvo una participación durante los desórdenes del 26 de julio, tal como lo expresa este otro comunicado de Rudecindo Alvarado, fechado tres días después: “Al dirigir a V.S.M.I. mi nota del 26 del corriente solo he consultado la necesidad del orden [...] sin contrariar las reclamaciones del pueblo, sólo me resolví, según lo anuncié a V.S.M.I. a contener con la fuerza de las armas cualquiera desorden que atacase violenta y perpetuamente los principios fundamentales de la actual administración [...] jamás podría tolerar, que a la faz de las tropas, y con escándalo de ellas invirtiese una pequeña sección del pueblo, aquel orden que es la sola base de la seguridad personal”.

108Pero esa nota de Rudecindo Alvarado también deja entrever el ofrecimiento que le hicieran, sobre lo beneficioso que le resultaría si Monteagudo hubiese sido deportado: “enterado V.S.M.I. de la sinceridad de estos mis sentimientos parece que debía escusar la insinuación sobre mi asenso a que el Ministro depuesto salga del territorio del Estado. No es el objeto de mi profesión, ni el destino de mi cargo sostener personalidades”.

109Más aún, el mismo 29 de julio, Riva Agüero y la Municipalidad expresan en otro oficio dirigido a Pedro Roxas y Briones, director general de Marina, primero la necesidad de que Monteagudo salga del país: “pero que sea de modo que no llame la atención del público”; y luego, sus deslindes en relación a los hechos del 26 de julio: “si en la efervescencia de un momento en que se reúnen hombres de toda especie, no es posible evitar brotes de ignorancia y de indiscreción, V.S.I.H. debe estar satisfecho de que ni entonces sea ofendido en lo menor su delicadeza”.

110¿Qué hechos ocurrieron el 27 y 28 de julio? ¿Por qué el reiterado cambio en la actitud de los detractores de Monteagudo? Primero, pidieron que renuncie, después que sea arrestado y sometido a juicio, y luego exigieron su destierro. Pero la manera en que se arregló su salida aún se presta a más interrogantes. Y ése es el sentido de la comunicación que el sucesor de Monteagudo da sobre su salida de Lima: “iba a proceder sobre la materia (se refiere a la expulsión de Monteagudo), cuando consideraciones políticas de mayor peso obligaron a la Municipalidad a solicitar su embarque para fuera del Estado sin que pudiese volver a él”. ¿Cuáles eran esas consideraciones políticas de mayor peso?

111En realidad estamos frente a un acontecimiento que expresa en primer término, los elevados niveles de enfrentamiento político y tensión social a los que se llegó durante el protectorado, precipitando la alianza de grupos políticos recientemente constituidos. Estos, pronto advirtieron que el curso de dictadura que iba tomando el protectorado, cada vez se apoyaba más en las clases populares y un sector significativo de la aristocracia colonial y que había aceptado responsabilidades políticas de envergadura. Y ésta es otra de las tesis que sostengo en los capítulos que conforman el presente libro.

112Una de las virtudes del trabajo de Carmen Mc Evoy, es precisamente el de contribuir a un mejor conocimiento del protectorado. Y es sobre los avances que incorpora que me permito introducir las siguientes sugerencias e interrogantes.

113Por ejemplo, no existe ninguna alusión a la presencia y actuación de la oposición civil pro realista y la manera en que fue neutralizada por los cuerpos cívicos, ni a las importantes variaciones de la opinión pública; por ejemplo a raíz del ingreso de la fuerza libertadora a la capital, y luego con motivo del movimiento que realizó por los alrededores de Lima un cuerpo del ejército realista en setiembre de 1821, y que bajo el mando del General Canterac llegó hasta los castillos del Callao. Tampoco existen mayores noticias sobre el modo en que fue percibido el ejército libertador por los diferentes grupos sociales de la capital. También habría sido necesario indagar en torno a la actitud ambivalente de la aristocracia limeña que participó activamente durante el protectorado, pero que no aparecen en los documentos publicados por la Municipalidad. Otro de los problemas que surge del análisis del protectorado, es la ausencia de toda referencia a los años anteriores a 1821. Puntualmente al período que va de 1808 a 1820, y los dramáticos desgarramientos internos que modificaron el horizonte político de los diferentes grupos sociales que conformaban la elite colonial peruana.

  • 29 Esta cita pertenece al propio Bernardo Monteagudo. En Obras políticas, p. 192.

114Si hemos de buscar escenarios y acontecimientos en los que se evidencia la participación política y social de los diferentes sectores sociales, lo acontecido el 26 de julio no es el más recomendable. Menos aún para explorar el surgimiento de algún tipo de “nacionalismo”. Pero además, si admitimos la existencia de un nacionalismo “cívico republicano”, habría que esclarecer sus características específicas. Distinguir por ejemplo entre el discurso, las proclamas y reflexiones, con el modo concreto con que fueran percibidos por los grupos humanos y las clases sociales entonces existentes. Pero sobre todo, indagar la capacidad y fuerza que estas ideas tuvieron para movilizar a grupos sociales diferenciados, y abiertamente enfrentados por efectos de una guerra de dimensiones continentales. Y éste es un problema de método más que de análisis, porque extrapolar el análisis de un acontecimiento y desvincularlo de su coyuntura específica, suele conducir a afirmaciones que inducen al: “que busca en los hechos, no lo que los prueban precisamente sino lo que él intenta demostrar”.29

  • 30 Carmen Mc Evoy, “Forjando la Nación. Usos y abusos del paradigma republicano”. En Forjando la Naci (...)

115Existe otro estudio de Carmen Mc Evoy en donde nuevamente retoma el tema del nacionalismo republicano.30 Veamos rápidamente las líneas generales de su argumentación. La primera afirmación que requeriría mayores evidencias documentales es la siguiente: “la construcción de la república se constituyó, desde el momento de la independencia, en la meta de importantes sectores de la sociedad peruana”. Pero los sectores a los que se hace alusión, no aparecen en ningún otro pasaje de su estudio, salvo el listado de algunos personajes como Hipólito Unanue, Sánchez Carrión, Mariano José de Arce, Manuel Ferreyros, Fernando López Aldana, Manuel Pérez de Tudela, José Toribio Rodríguez de Mendoza, Francisco Javier Mariátegui, “entre otros”. Por lo demás, la biografía política de la mayoría de ellos es mucho más compleja de lo que supone la autora y difícilmente puede ser sintetizada como la de puramente republicanos.

  • 31 El documento sobre el que se sostiene esta afirmación es “El Congreso Constituyente del Perú a los (...)

116La segunda afirmación propuesta es: “para los republicanos peruanos [...] cada Estado o República además de ser una comunidad perfecta que engloba a la totalidad de sus miembros, incluía en el caso peruano a las comunidades indígenas”.31 La tercera afirmación la considero más grave aun al plantear que el modelo político de Sánchez Carrión “era la República de Rosseau”. Porque si hemos de admitir el discurso ideológico de individuos como una representación medianamente fidedigna de la realidad, entonces el análisis se limita simplemente a “conectar las palabras con los hechos”. Ni los indios fueron admitidos como ciudadanos, ni las ideas republicanas lograron “cristalizar” la república. Menos en la etapa inicial de la independencia.

  • 32 Véase a este respecto el importante libro de François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias.

117Me parece que no es tomando el camino inverso de los que han negado la existencia de algún tipo de “nacionalismo” republicano durante la independencia, que ha de adelantarse en el conocimiento del mismo. Tampoco proponiendo una perspectiva histórica que supere a la idealista y materialista. Menos aún sobredimensionando el peso e influencia de las ideas republicanas. Porque el reconocimiento de la fragilidad y precariedad del republicanismo temprano, no supone negar ni su existencia, ni las posibilidades contemporáneas que cobija. Después de todo, en el Perú, al igual que en la mayoría de países de Hispanoamérica, el Estado antecedió a la configuración de la “nación” moderna.32 Porque una cosa es el conocimiento histórico y otra la utilidad política.

  • 33 Cristóbal Aljovín de Losada, Caudillos y constituciones. Perú: 1821-1845.

118Otro libro cuya publicación también ya viene inspirando diversas investigaciones, es el de Cristóbal Aljovín.33 Aunque la finalidad del libro es: “explicar la cultura política que surgió en el Perú después de la guerra de la Independencia”, el autor realiza una prolífica evaluación de las diferentes orientaciones con que se ha estudiado este proceso, y también propone una rigurosa agenda historiográfica. Es un libro de historia política que busca explicar el modo en que se “rehizo la forma de participación pública y la reformulación de las identidades” luego de la independencia.

119El autor recoge las importantes propuestas teóricas de François-Xavier Guerra, Louis Dumont y François Furet, que inciden en las diferencias conceptuales de la cultura política entre sociedades tradicionales y modernas; de otro lado, Aljovín realiza una lectura sugerente de las iniciales interpretaciones sobre el proceso emancipatorio. Es de particular importancia la explicación que ensaya sobre las dificultades de la aristocracia colonial peruana para convertirse en el grupo social hegemónico durante el largo proceso de ruptura con España.

120En efecto, para la mayoría de la elite limeña: “las luchas por la emancipación no fueron contra el Rey sino contra la metáfora de la figura real”. Es decir, en contra del “mal gobierno”. De otro lado, a partir de la segunda mitad del siglo xviii “la nobleza titulada criolla no tenía posición política alguna”, y fueron sobre estas consideraciones que “un noble criollo se veía en la obligación de construir puentes de lealtades personales entre España y América”, para poder tener acceso a importantes cargos administrativos. A este respecto, el caso de Manuel Baquíjano y Carrillo es quizás el más emblemático. Y desde la perspectiva de la monarquía española “la Independencia significó el cambio de un Estado burocrático a otro independiente, sin que ningún miembro de la familia real tuviera una suficiente red de lealtades que le sirvieran de base para fundar una monarquía peruana”.

121Otro aspecto interesante del libro de Aljovín al que no se le ha dado la importancia debida cuando se ha estudiado los cambios que sobrevinieron a la independencia, es lo que el autor denomina “la revolución de los empleos”. Desde este punto de vista “la emancipación y la República revolucionaron al Estado y la sociedad”, abriendo las puertas a criollos y mestizos a los más importantes cargos del Estado y en la dirección de la economía.

122En relación a la influencia de la Revolución Francesa entre los ideólogos republicanos, Aljovín afirma acertadamente que “El pensamiento liberal había cambiado enormemente desde la Revolución Francesa. En 1821, el año de la jura de la independencia, ya se criticaba acremente el lenguaje radical de la ciudadanía que ella había creado. [...] En otras palabras, en el mundo intelectual no había una pasión por la democracia”.

123Y con respecto al debate entre Monteagudo y Sánchez Carrión, el autor señala que Monteagudo “no se veía a sí mismo como un reaccionario planeando la contrarrevolución, sino más bien como un liberal que estaba creando las condiciones necesarias para vivir en libertad”. Por lo tanto, éste seguía “una política de reducción de las diferencias sociales, pero de modo cauteloso”. Sobre el pensamiento político de Sánchez Carrión, señala que “fue influido por las doctrinas liberales, conjuntamente con una fuerte dosis de pensamiento católico”. Y en ese sentido, para Sánchez Carrión: “la razón era la voluntad de Dios”. Más aún, al concebir un Estado y una nación republicana basada en una comunidad de ciudadanos: “volvía la espalda a la realidad y contemplaba una utopía republicana”.

124Finalmente, la amplitud de las temáticas sobre el proceso de la independencia es, y seguirán siendo cada vez más complejas. Ocurre que estamos frente a una geografía política y social sumamente sugeren-te para el conocimiento de los antecedentes inmediatos de la historia republicana. De modo que aún quedan amplios márgenes para profundizar y avanzar el análisis de un período del que, paradójicamente, existe una abundante bibliografía. En esta breve revisión bibliográfica, mi propósito ha sido presentar el estado actual de las investigaciones, insinuar algunas líneas de estudio y, realizar algunos comentarios que nos permita establecer un diálogo para el avance del mismo.

Notes

1 Son abundantes las “Memorias” publicadas. Sólo por citar algunas de ellas tenemos las de Rufino Echenique, Andrés García Camba, O‘Leary, O’Connor, José de la Riva Agüero, José Bernardo de Torre Tagle, Juan de Berindoaga, Manuel Gutiérrez de la Fuente, Bernardo Monteagudo, Guillermo Miller, Manuel Vidaurre, etc. También se puede incluir la abundante correspondencia de la época, en parte publicada por la Colección Documental de la Independencia, Las cartas históricas del Perú 2 vol., publicada por Juan Pedro Paz Soldán. También La historia de los partidos políticos de Santiago Távara, el Diccionario histórico-biográfico del Perú, del general Manuel de Mendiburu. Aunque no están todos los que deberían, la lectura de estos testimonios requiere un análisis comparativo ya que existen versiones contradictorias sobre un mismo acontecimiento.

2 Para este debate véase Heraclio Bonilla y Karen Spalding (comp), La independencia en el Perú.

3 Puede consultarse el libro de José Agustín de la Puente Candamo, Notas sobre la causa de la independencia en el Perú.

4 Esta generación conformó el célebre “Conversatorio Universitario” y aunque su preocupación fue acentuar el papel de los ideólogos y próceres, también prestaron atención a la participación del pueblo durante la independencia. En el libro de Jorge Basadre, Iniciación de la República, ya se pueden percibir algunas de las tesis que luego desarrollaría en, El azar en la historia y sus límites. Ver también el libro de Jorge Guillermo Leguía, Historia y biografía. De Raúl Porras Barrenechea puede consultarse Los ideólogos de la emancipación.

5 Mariano Felipe Paz Soldán, Historia del Perú independiente. Período 1819-1822. Francisco Javier Mariátegui, Anotaciones a la historia del Perú de don Mariano Felipe Paz Soldán. José de la Riva Agüero, Obras completas. Germán Leguía y Martínez, Historia de la emancipación. El protectorado. Sebastián Lorente, Historia del Perú desde la proclamación de la independencia, 1821-1827. T. 1.

6 Raúl Rivera Serna, Los guerrilleros del centro en la emancipación peruana. Otro autor que extrema este punto de vista es Virgilio Roel, Conatos, levantamientos, campañas e ideología de la independencia. T. 6.

7 Ella Dunbar Temple, La acción patriótica del pueblo en la emancipación. Guerrillas y montoneras. C.D.I.P. T. V, 6 vols.

8 Gustavo Vergara Arias, Montoneros y guerrilleros en la etapa de la emancipación del Perú (1820-1825).

9 Henri Favre, Bolívar y los indios. En Histórica N.° X, 1.

10 Alberto Flores-Galindo, Buscando un Inca.

11 John Lynch, Caudillos en Spanish América, 1800-1850.

12 Heraclio Bonilla, “Bolívar y las guerrillas indígenas en el Perú”. En Metáfora y realidad de la independencia en el Perú.

13 Ibídem, p. 134.

14 Juan Pedro Paz Soldán, Carlas históricas.

15 Víctor Peralta Ruiz, “Elecciones, constitucionalismo y revolución en el Cusco. 1809-1815”. En Carlos Malamud (ed.), Partidos políticos y elecciones en América Latina y la península ibérica. 1830-1930, 2 vols.

16 Que las guerrillas y montoneras indígenas enarbolaron un programa de lucha diferente al de los patriotas y realistas, puede apreciarse en los cuidados y prevenciones que tuvo el comando del ejército patriota y en la relativa autonomía de sus acciones. En una comunicación del Ministro de Guerra Tomás Heres al Comandante de guerrillas Francisco Vidal le previene lo siguiente: “casi todas las guerrillas de Canta que marchaban a las órdenes del Coronel Estomba, se han fugado y naturalmente han vuelto a sus provincias [...] todas estas guerrillas están armadas y municionadas y así S.E. autoriza U.S. para fusilar a todo aquel que no tenga fusil, pues es seña que lo han vendido o botado”. En Juan Pedro Paz Soldán, Cartas históricas del Perú. Lima, 1921. En julio de 1824, cuando la capital estaba bajo control realista, estas mismas montoneras incursionaban sobre Lima: “hemos sabido que el deplorable estado de los habitantes de Lima se aumenta más y más cada día. Nuestras montoneras que casi diariamente entran en la capital los llenan de sobresalto en las noches, y los españoles ejercen las crueldades más horrorosas de día. No se cansa la barbarie española de hacer sufrir a sus víctimas toda especie de insultos y de desprecios”. En La gaceta del Gobierno, Sábado 3 de julio de 1824, Trujillo.

17 Cecilia Méndez, “Los campesinos, la independencia y la iniciación de la República. El caso de los iquichanos realistas: Ayacucho 1825-1828”. En Enrique Urbano (ed.), Poder y violencia en los Andes.

18 John Fisher, El Perú borbónico 1750-1850. Véase sobre todo el capítulo VI: “Fidelismo, patriotismo e independencia”.

19 Brian Hamnett, La política contrarrevolucionaria del virrey Abascal: Perú 1806-1816.

20 Esta coyuntura es excepcional para investigar un tema crucial, como es el referido a la identidad y la autoimagen de las elites coloniales peruanas. La importancia de este problema radica en que allí se inicia probablemente una tradición intelectual, un estilo de pensamiento y de cultura política que luego tendría una gravitación fundamental en la posterior trayectoria del pensamiento político peruano.

21 Charles Walker, De Túpac Amaru a Gamarra. Cusco y la formación del Perú republicano 1780-1840.

22 Un ejemplo contemporáneo del uso político de la imagen del Inca, es el realizado en las últimas elecciones presidenciales por Alejandro Toledo. Y a nadie se le va a ocurrir que el proyecto político que encarna este personaje y el grupo de “notables” que lo rodea es de tipo revolucionario. No tendría por qué serlo. Pero lo que sí queda claro es el hecho de que grupos y clases sociales antagónicos —burgueses, plebeyos, campesinos y un gran sector de la clase media rural y urbana— se han sentido representados en su discurso. Precisamente porque tenían expectativas similares; de ahí que es necesario distinguir entre “expectativas” e “intereses”, entre ideología y conocimiento, entre objetividad e irracionalidad, entre manipulación y orientación. Por lo demás, el futuro inmediato se encargará de definir si la imagen del Inca cumplió, o seguirá cumpliendo una función puramente retórica. O por el contrario, podría tratarse de un proyecto político que busca crear las condiciones para construir algo llamable “acuerdo nacional”.

23 Carmen Mc Evoy, “El motín de las palabras: la caída de Bernardo Monte-agudo y la forja de la cultura política limeña (1821-1822)”. En Forjando la Nación. Ensayos sobre historia republicana.

24 Si bien existen algunos vacíos en lo referente al uso de fuentes directas sobre el mencionado acontecimiento, el trabajo de Carmen Mc Evoy tiene el mérito de volver a plantear bajo nuevas perspectivas una coyuntura fundamental del proceso emancipatorio general y de manera particular sobre el protectorado.

25 “Lima justificada en el suceso del 25 de julio”. En C.D.I.P. T. XIII, Vol. 2.

26 Germán Leguía y Martínez, Historia de la emancipación. El protectorado.

27 Los testimonios contemporáneos a la caída de Monteagudo y los sucesos del 25 al 29 de julio son en realidad abundantes. Sólo para poner un ejemplo de una versión contraria al de la Municipalidad, es el redactado por un testigo de los hechos y para quien:
[...] la conmoción contra el Ministro no fue producida por las familias de los españoles a quienes expulsó, ni por aquellos a quienes herían los decretos que los patriotas aprobaban, como el expedido contra el juego y los jugadores, no fue obra de cabecillas movidos secretamente por Riva Agüero. No hubo amenaza de convocatoria de Cabildo Abierto. La comisión Mariátegui Godoy no fue dada por el pueblo, lo fue por los que estaban reunidos en casa de Tramarria.

28 Los documentos y las actas electorales sobre este primer proceso electoral de la República pueden consultarse en: C.D.I.P. T. XV, Vol. l.

29 Esta cita pertenece al propio Bernardo Monteagudo. En Obras políticas, p. 192.

30 Carmen Mc Evoy, “Forjando la Nación. Usos y abusos del paradigma republicano”. En Forjando la Nación. Ensayos de historia republicana.

31 El documento sobre el que se sostiene esta afirmación es “El Congreso Constituyente del Perú a los indios de las Provincias interiores” del año 1823. Pero aquí nuevamente se confunden los deseos con la realidad. En este punto, quizá sea mejor citar el análisis que realizó Juan Abugattás sobre el mismo documento, en un pionero estudio sobre los ideólogos de la emancipación:
Ese documento es sumamente interesante, pues aunque es obviamente parte de una maniobra que hoy diríamos táctica, formula una promesa que, años más tarde, al cumplirse, acarrearía la ruina final de los indios: les dice que serán instruidos y convertidos en “propietarios”. Obviamente, al hermanarse con los indios en el papel, los firmantes no hablaban en serio. Lo que los motivaba era el deseo de contrarrestar las promesas que iba formulando por allí el bando realista y, sobre todo, evitar que el Virrey, que en la conversación con San Martín había amenazado con entregar el Perú a un Inca, pudiese llevar a la práctica su bravata. La prueba de todo esto no pasaba de ser lo que se acaba de decir, es que la única otra legislación de importancia sobre los indios durante todo el tiempo que duró la influencia de Sánchez Carrión fue el famoso decreto de venta y reparto de tierras de indios que sirvió para desintegrar muchas comunidades”. En Ideología de la emancipación.

32 Véase a este respecto el importante libro de François-Xavier Guerra, Modernidad e independencias.

33 Cristóbal Aljovín de Losada, Caudillos y constituciones. Perú: 1821-1845.

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